El culo de Google

septiembre 14, 2018

"No escribo para mí; escribo para los motores de búsqueda de Google". Esta confesión, que resume en esencia la angustia de muchos escritores, desemboca siempre en una suerte de pánico: "Tengo miedo a perder mi voz. El estilo. Mi particular forma de usar las palabras para entenderme con el mundo".



Muchos periodistas que se dedican a escribir novelas, cuentos o poemas, sufren la disociación lógica de dividir su voz entre lo que desean escribir y lo que escriben por encargo. Ambas cosas compiten furiosamente. Algunos abandonan el periodismo y se entregan a la literatura. Otros dejan de ser poetas o narradores y se dedican al diarismo, la crónica o la columna impresa o digital, o bien terminan dedicándose a escribir para sitios web, o redactando libros bajo la figura de escritores fantasmas.

Todo esto responde a un sentido común pero implacable: hay que ganarse la vida de alguna forma. El problema de los escritores es que cuando se acostumbran a escribir para conseguir el pan, suelen caer en la neurosis extrema de querer escribir para sentir la vida y no para ganársela. Si no lo hacen, vivirán presos de una angustia suicida. Sentirán muy de cerca el riesgo olímpico de perder sus propias voces, la identidad, e incluso sus afanes y preocupaciones literarias. 

En mi caso ocurre algo similar: de tanto escribir artículos optimizados para SEO, durante las últimas semanas he llegado a sentir que mi narrador interior se encuentra cada vez más lejano, casi inexistente, como si fuera el recuerdo difuso de una vida anclada en el pasado y que lucha por regresar. Ser redactor web o escribir para Google implica adaptar la escritura, el talento y las rutinas de trabajo a la SEOcracia. Acuño el término seocracia en estas confidencias aunque no exista. 

Estamos muy solos. Excesivamente solos y atónitos frente a esto.
Un ejemplo de esto es que antes de ser freelancer o redactor web, tanto mi blog personal como mis artículos eran una verdadera blasfemia para Google. No sabía que un sitio web y sus contenidos debían tener un mínimo de optimización SEO para que los lectores pudieran encontrarlos. Luego, y justo después de escribir mi primer artículo como freelancer, me di cuenta de que la mayoría de los artículos que se encuentran en los primeros lugares de búsquedas en Google, usaban keywords o palabras clave, sus párrafos eran cortos, y tanto los títulos como los subtítulos estructuraban el cuerpo del artículo en etiquetas h1, h2 y h3.  

En la medida que fui haciéndome un lugar dentro de la seocracia, quise evitar la herejía de escribir en mi blog como me viniera en gana, y sin querer, casi de un modo automático, comencé a adaptar mi escritura para agradar a Google y no a los lectores. Más tarde esto me llevaría a un razonamiento inevitable: la araña de Google se había instalado en mi inconsciente como un parásito que intentaba controlar la cantidad de palabras en mis párrafos, el tipo de palabras incluso, y hasta los saltos de línea:

−Si no me obedeces te enviaré al culo de Google –llegó a decirme la araña.

Pero ella tenía razón. Google tiene culo. Es un lugar donde no entra la luz de los lectores. Un mar de los sargazos donde naufragan artículos como éste, de párrafos largos y sin keywords, con una etiqueta H1 inservible y sin subtítulos. El culo de Google es el agujero negro de la Internet. Un lugar remoto que se traga la buena voluntad de escribir como a uno le da la gana; un cementerio de anarquistas y desobedientes; el lugar donde muchos blogs o páginas de autor naufragan por olvido o ignorancia.


La araña de Google es un robot digital que rastrea todo tipo de búsquedas en los millones de páginas web que existen. Podría decirse que es una bibliotecaria que se parece al bicho de la imagen.
Pero en caso contrario, si un escritor quiere posicionarse en los primeros lugares de búsqueda, tiene que cumplir con algo que para Google es un requisito decimonónico: ser un influencer, una marca, una palabra clave de carne y huesos, o aparecer en páginas de autoridad que viven de los escritores como las editoriales tradicionales. 

El escenario para las mujeres y hombres que escriben buena literatura es incierto: las editoriales y agencias literarias son SEO editoriales y SEO agencias literarias. Por tanto, en lugar de autores, abren sus puertas a los SEO escritores. No importa la calidad de la obra siempre y cuando el escritor no se encuentre en el culo de Google. Lo importante para estas editoriales es que sus autores aparezcan en Search Console, Google Trends o en cualquier planificador de keywords, que tengan miles de seguidores en Facebook, Twitter, Instagram y Linkedin, y que sean en lugar de autores, palabras clave con un buen volumen de búsquedas y un buen CPC: costo por clic de cada anuncio publicitario.

Por otro lado, los escritores que son freelancer, redactores web o copy,  escriben infinidad de textos para la seocracia y quedan con poco tiempo y recursos para posicionar sus nombres o libros. Otros, en cambio, sólo trabajan para sí pero no saben ni les importa lo que es un robot de Google, ni el impacto del marketing digital en el mundo editorial contemporáneo, asumiendo conscientemente su invisibilidad y olvido. Por último están los que escriben literatura comercial, los mismos que entran en la seocracia y posicionan libros optimizados sólo para la industria del entretenimiento. Estos últimos suelen tener éxito.


Entre la demencia de aparecer o desaparecer en el culo de Google, hay que apartar siempre un espacio para dejar fluir nuestras propias voces.
En todo caso, detrás de cada hallazgo en Internet se encuentran centenares de redactores freelance que sienten el mismo pánico y nostalgia. Conozco poetas excepcionales, novelistas furiosos, ensayistas consagrados, cronistas inigualables, periodistas ejemplares, en fin, conozco gente que hace una extraordinaria literatura pero cuya voz verdadera se encuentra en el agujero negro de Google. 

Parte de esta ausencia se debe a la obligación que tienen algunos escritores de redactar artículos optimizados para SEO, mediante contratos que los dueños o administradores de un buen número de páginas web establecen a bajísimos precios. Algunos pagan incluso menos de un dólar por artículos de 3.000 palabras. Si el artículo es de una calidad extrema, si está bien escrito para Google y la página se encuentra dentro de los 3 primeros lugares de Google, ese artículo genera a la página web y por tanto a sus dueños una cantidad de dinero 100 veces mayor que los honorarios del redactor.  

La razón de esta insólita desproporción tiene un lamentable trasfondo social: buena parte de los escritores freelance viven en países subdesarrollados, es decir, en países de moneda débil, y los dueños o administradores de páginas web saben lo que esto significa. Difícilmente contratan, por ejemplo, a un freelancer español que cobre 50 € por artículo, cuando pueden pagar a un redactor de Centroamérica menos de un 1 € por el mismo artículo. Esto forma parte de la seocracia: generar contenidos a muy bajo precio y ganar cantidades  de dinero muy superiores a los costos de producción.

La gran mayoría de usuarios de Internet en todo el mundo ni siquiera sospechan que las personas que escriben artículos para Google forman parte de un sistema de subcontrataciones que nada tiene que envidiarle a los sistemas de explotación tradicionales. Tampoco sospechan cómo son sus vidas, en qué condiciones viven, cuál es la magnitud de sus lumbagos, o si tienen o no un nivel de responsabilidad con lo que hacen.

Los usuarios escriben en el buscador de Google “cómo hacer pizza vegetariana” y esta keyword los lleva a páginas de cocina bien posicionadas pero cuyos contenidos no han sido escritos por cocineros. Introducen “qué es la diarrea” y aparecen páginas de consejos médicos que no han sido escritos por gastroenterólogos. La razón es obvia: la mayoría de los médicos tanto como los cocineros no dominan la comunicación escrita. Lo que nos lleva a la siguiente conclusión: Google es una entelequia de refritos. 

Ante esta realidad, creo que es importante comprender que lo único que puede cambiar este tipo de fenómeno es el mercado. No nosotros. Esto nos lleva a un desenlace urgente e inmediato: la capacidad que tengamos para adaptarnos. 

Si la época nos empuja hacia las nuevas tecnologías, fluyamos. Si nos convoca al uso de las redes sociales para promocionar nuestros libros, o nos impone la necesidad de ser además de escritores, productores de contenidos, hagámoslo. Pero con una sola condición: que lo hagamos a nuestra manera y cómo nos dé la regaladísima gana.

Entre la demencia de aparecer o desaparecer en el culo de Google, hay que apartar siempre un espacio para dejar fluir nuestras propias voces. Que el don de la escritura no sirva sólo para comunicar o entretener, sino también para elevar la condición humana y el mismo lenguaje hacia la incandescencia.   

Post data: busca en Google “el culo de Google”, a ver qué pasa.

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4 comentarios

  1. Excelente texto. Estoy de acuerdo en casi todo. Como editor de un portal digital viví, durante un año, bajo la dictadura de la Seocracia. Como resultado mi estilo literario se deterioró, espero que no de manera irreversible. El reto es lograr que el monstruo baile para nosotros sin que nos devore. Salud!

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  2. Muy de acuerdo, además de valiente; como periodista, también evalúo las condiciones en las que se encuentra la profesión...son terribles desde toda perspectiva. Estoy construyendo mi blog, no para satisfacer posiciones institucionales, pero para buscar contenidos que reconcilien al lector con sus demonios internos, con la vida; esto me obliga a escribir para aquellos que escogen la justicia, la imparcialidad...el reto como dijera Eloi Yagüe- es lograr que el monstruo baile para nosotros y nunca lo contrario. Mi respeto

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  3. No puedo postear el artículo. Me han sancionado la publicación...en Facebook cómo puedo publicarla. Es lectura necesaria y obligatoria. Gracias.

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  4. soy pintor y te leo adaptándolo a mi oficio y las circunstancias son similares. no hay de otra que adaptarse sin perder la identidad original. los demás saldrá solo. saludos

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